Marta Jiménez Serrano: “Crecer consiste en aprender a nombrar las cosas”

La autora de ‘No todo el mundo’ y ‘Los nombres propios’ habla con Desarte sobre cómo nos relacionamos con nosotros mismos y con nuestro entorno en un mundo cada vez más cambiante.

Eva Ibáñez (@eva.ibzz)

Conversamos con Marta Jiménez Serrano, autora que ha sabido retratar el amor moderno y las identidades actuales como poca gente ha sabido hacerlo. La también profesora y editora ha conseguido crear un estilo propio -aunque bebiendo siempre de sus grandes referentes literarios- y unos universos a los que es difícil no querer asomarse.

Debutó con un poemario, La edad ligera (Rialp, 2021), aunque, sus dos libros narrativos –Los nombres propios (Sexto Piso, 2021) y No todo el mundo (Sexto Piso, 2023)– son los que le han dado “la profesión, la identidad y el lugar en el mundo” que ella siempre había querido tener, según confiesa a Desarte.

¿Cómo definirías a tus libros? ¿Crees que son un retrato de la sociedad moderna, de las identidades y las relaciones?

Marta: Creo que Los nombres propios habla de la búsqueda de la identidad que podemos tener, en realidad todos, desde cualquier generación, y habla de lo que supone crecer y de lo que es pasar de la infancia a la adolescencia y luego a la adultez.

Y No todo el mundo retrata relaciones de pareja, y ahí sí quizá hay más una voluntad de analizar un poco de manera realista cómo son las relaciones de pareja hoy. Lo que tiene el amor y el desamor es que también tiene una parte que no ha cambiado a lo largo de muchísimos siglos.

Entonces Dante se ponía nervioso antes de ver a Beatrice y nosotros nos ponemos nerviosos también antes de ver a la persona que nos gusta, pero en los últimos años se han dado muchísimos cambios sociales: la mujer ha entrado en el mercado laboral, tiene independencia económica, ha cambiado su papel dentro de la casa y todo eso se ha reflejado mucho en determinados cambios en las relaciones de pareja. Y esos cambios se ven en los libros en el paso de las generaciones.

Como persona que forma parte de la academia, ¿intentas trasladar las teorías a la narrativa, llegando, de esta forma, a más parte de la población, adaptándolo a un lenguaje más accesible…?

No hay ninguna teoría detrás de No todo el mundo ni de Los nombres propios. Pero sí es cierto que yo he leído mucha teoría y muchos ensayos sobre las relaciones de hoy, sobre el feminismo… Y leyendo estos ensayos, siempre había una parte de, bueno, en la teoría está muy bien, pero luego en la vida real yo no veo que esto funcione de esa manera tan bonita que la teoría plantea.

Entonces, no es que yo tuviera ninguna teoría en mente, simplemente es que he intentado analizar a personajes reales, de carne y hueso, en situaciones reales, con horarios, con sueldos… Y he intentado, en realidad, lo contrario: alejarme de la teoría y mirar la vida. Al margen de lo que estemos hablando en la academia o en los periódicos, yo lo que he intentado es observar a mi alrededor e intentar identificar realmente qué es lo que yo veía que estaba pasando, más allá de la conversación.

En tus libros se refleja mucho un aspecto que otros libros u otras formas de ficción suelen olvidar: cómo afecta la realidad material de las personas que están en el libro -los trabajos, los sueldos, el horario laboral…-.

Sí, creo que ha sido sobre todo el influjo de la comedia romántica, que siempre nos plantea a dos personajes que no tienen ningún problema, ningún horario… Porque, en realidad si nos vamos a otras obras de la literatura, como en Jane Austen, en cuanto alguien entra por la puerta, lo primero que se dice es cuántas tierras tiene, cuánto dinero tiene y si eso puede ser rentable o no.

Y a mí sí me interesaba mucho eso porque, para mí, va de la mano de la mirada realista del amor. Yo no quería ni dramatizarlo ni idealizarlo. Entonces, en esa mirada realista, estaban necesariamente las situaciones reales de los personajes, con toda la parte más prosaica, práctica y económica que hay también siempre en una relación.

Queda reflejado en ambas novelas el aspecto de que la mujer suele ser la que carga con mayor peso: con la parte emocional de las relaciones, con los cuidados. Pero, como se dice en el propio libro, a menudo se olvida: “Mamá está todo el tiempo. Así que no la ves” (Los nombres propios).

Sí, damos por hecho a las madres, absolutamente. Todo el trabajo del hogar, todo el trabajo doméstico y todo el trabajo de educación de los hijos y de gestión emocional de la familia, ha sido un trabajo invisibilizado, no pagado y no valorado por la sociedad, ¿no?

Y yo creo que precisamente lo que está pasando ahora es que ya no estamos dispuestas a aceptar eso. Por eso hay tantas fricciones, porque nosotras nos estamos saliendo de ese rol y les estamos diciendo, bueno, encárgate tú también de la relación, encárgate tú también de lo que está pasando aquí, encárgate tú también de los hijos y de la casa.

¿Habría que construir nuevos referentes?

Claro, hay que pensar cómo hacerlo. Cuando hay un vacío en la historia, pues nos lo tenemos que inventar, pero es más complicado, hay que hablarlo, hay que pactarlo, y nadie nos ha dicho cómo hay que hacerlo.

Creo que parte de lo que refleja No todo el mundo es que el cambio nos ha pillado descolocados y no sabemos muy bien dónde estamos.

En las relaciones “de antes”, parece que estaba todo más establecido, de forma más lineal: conocerse, empezar a salir, casarse, hijos… y ahora esta línea parece haberse roto o deformado.

Absolutamente. Antes toda la relación estaba codificada, o sea, estaba claro lo que significaba cada cosa. Y en el momento en que te juntabas, pues empezabas a salir, y luego te casabas, y luego tenías hijos, y noche buena en tu casa y noche vieja en la mía, y tú vas a trabajar y yo voy a cuidar a los niños.

Ahora eso no está codificado, ahora cada uno tiene que preocuparse de transmitirle al otro qué significa para él cada cosa, qué es importante para uno, qué no, y cada pareja tiene que hablar de cómo se van a organizar. Y eso está maravillosamente bien, porque hay muchos modelos de pareja posible y cuanto más ancho sea eso, más personas a gusto habrá en la vida.

Pero también requiere mucho más trabajo y es mucho más agotador hacerse todas esas preguntas y responderlas.

En el primer relato de No todo el mundo, ‘Tenemos que dejarlo’, aparece una voz que va advirtiendo del final de la relación, y se construye hacia atrás: desde la ruptura al momento de conocerse. ¿Crees que, en la sociedad actual, al ser todo más efímero, vivimos las relaciones con miedo a que se acaben?

Creo que hay una cautela generalizada, ¿no? En ese relato, yo creo que es más bien el intentar ponerse como en el sentimiento final. Es decir, hay un momento que se dice algo así como que, claro, cuando uno lo deja, lo único que le parece que tiene sentido es la ruptura, ¿no?

Entonces es como hablar desde ahí y pensar que parece que toda la relación ha tenido lugar para llegar a la ruptura. Y no lo contrario.

En varios de los relatos los personajes intentan buscar la razón al porqué del final. Es como si nuestro cerebro estuviera programado para encontrar una explicación, casi de forma científica, que le de respuesta a todo.

Totalmente. Una relación no es un problema de matemáticas, con una única solución ni una única causa. Y en ese sentido creo que también vivimos en una sociedad que tiende a la simplificación.

Los tweets de 140 caracteres, los titulares que podemos leer en un segundo. Y hay explicaciones que no se hallan en un segundo y que tienen que ver con muchos factores operando al mismo tiempo, no con uno solo.

Sobre todo, no solo hay una explicación, ¿no? Yo creo que muchas veces hay muchas causas, muchos motivos, que se relacionan de distintas maneras. A lo mejor hay una de las personas que ve algunos de esos motivos, la otra ve otros de esos motivos… De hecho, en ese primer relato, me importaba mucho que no hubiera una causa clara de la ruptura, que fuera una degradación. Hay muchas cosas de él que le van molestando a ella, hay muchas cosas de ella que le va molestando a él… Pero no es una causa muy concreta, porque esto también pasa todo el rato.

El libro también aborda la relación entre el miedo y el amor. Parece que van siempre de la mano, como dices en el propio libro: “El miedo al amor es el miedo a que se haya ido, el miedo al amor es el miedo a que no vuelva”.

Yo creo que sí, que siempre que estamos arriesgando algo, pues un poco de miedo tenemos. Creo que muchas de las cosas que más merecen la pena o en las que más nos implicamos llevan el miedo aparejado, no solo en el amor: cuando empezamos un proyecto nuevo, nos mudamos de ciudad o cambiamos de trabajo…

Hay gente que defiende que entonces el amor no es tan bonito si lleva aparejado el miedo o celos. Pero yo creo que los sentimientos son así, son complejos y contradictorios. Y creo que las cosas más relevantes llevan el miedo de la mano.

Otro tema que abordas es el miedo a no dejar rastro en la vida de las personas. Cómo el ser humano intenta no ser olvidado de todas las formas posibles.

Lo que pasa es que en un grandísimo porcentaje de los casos es incomprobable el rastro que has podido dejar en alguien. Creo que es parte también de lo que tienen las rupturas, ¿no? Nunca sabes en realidad hasta qué punto le impactaste al otro.

Entonces quizá tú crees que él recuerda de ti unas cosas, pero recuerda otras, o quizá alguien que tú crees que no se acuerda de ti en absoluto, en realidad le marcaste mucho porque le pillaste en una situación concreta.

Entonces, sí, nos creemos muy especiales y yo creo que gran parte de la madurez en las relaciones es aprender que hay cosas que no son tan personales, que tienen más que ver con cómo está el otro y con cómo le pillas y con sus propias inseguridades que con cómo seas tú en ti misma.

El capítulo de Filmin narra la historia de una abuela que está conociendo alguien, pero de su entorno nadie piensa que ella pueda estar teniendo una historia de amor porque no le corresponde con su identidad de abuela, con su edad…

Y por eso creo que hay que tener mucho cuidado con los relatos que como sociedad nos contamos, porque tendemos a obedecer a esos relatos. Y si la sociedad te dice, no, tú ya a los 73 no te puedes enamorar, pues le vas a dar menos oportunidades o ni siquiera te lo vas a imaginar. Y es súper importante imaginarse las cosas, porque casi todo lo que hacemos nos lo hemos imaginado primero.

De hecho, a raíz de la publicación de ese relato, ya no sé cuántos lectores me han contado que su abuela en la residencia se había enamorado de un señor o que a raíz del relato descubrieron en su familia que su abuelo tenía una novia, o sea que claro que pasa.

Hay que tener mucho cuidado con los relatos que como sociedad nos contamos, porque tendemos a obedecer a esos relatos

En Los nombres propios abordas la importancia de nombrar las cosas, pero no con un solo nombre. Hablas de la importancia de renombrar según crecemos, según cambiamos de ideas; aunque la sociedad nos empuje a categorizarnos en una sola etiqueta.

Sí, sobre todo que las cosas van cambiando a lo largo de la vida, ¿no? De hecho, esa reflexión dialoga un poco con el final del libro, que por supuesto no podía ser cerrado. Porque es como, bueno, pues te volverás a perder y te volverás a encontrar, y en cada momento de la vida pues habrá unas preguntas a las que no les encontrarás respuesta hasta que se las encuentres.

Te volverás a perder y te volverás a encontrar

Entonces tenemos esta cosa, creo que sobre todo cuando somos más jóvenes, de creer que en algún momento ya va a estar. Ya vamos a ser adultos, ya vamos a entender el mundo y ya pues estará todo resuelto. Y ese momento nunca llega. Estar en el mundo es cambiar de idea, hacernos preguntas y que esas preguntas vayan modificándose.

A la protagonista “le pasan las cosas antes de tener las palabras para poder nombrarlas”. ¿Es, quizá, más difícil entenderse a una misma cuando no sabes ni cómo nombrarlo?

Yo creo que sí, sin duda, pero estoy sesgada porque soy escritora, ¿no? Pero claro que para mí nombrar las cosas es muy importante y bueno, está probadísimo que la verbalización de los traumas, por ejemplo, es el primer paso para la sanación.

Darle nombre y entidad a lo que nos está ocurriendo nos ayuda a entenderlo, a colocarlo y a decidir qué queremos hacer con ello.

La evolución de la protagonista también es palpable durante todo el libro. “Yo ya no me pregunto lo que es el amor, sino quién soy yo”. El crecer implica una búsqueda permanente de quién eres; y a lo mejor cambiar el foco a ti misma en lugar de a los demás.

Nos han enseñado a estar como hacia afuera todo el rato; y muy en concreto a las chicas a pensar en los chicos, en que lo que tiene que dirigir y ser el eje de tu vida es el amor.

Nos han enseñado a estar hacia afuera todo el rato

En las diferentes épocas de crecimiento los referentes van cambiando. Primero son los padres o la familia, luego son los amigos… Y creo que un punto de inflexión de la madurez es decir, bueno, ¿qué quiero yo? Al margen de lo que quieran los demás.

Pero claro, no es tan sencillo identificar lo que uno desea y eso requiere un ejercicio pues de introspección y de autoconocimiento. Por eso, lo que me pregunto es quién soy yo, qué me gusta a mí de verdad, que quiero yo hacer de verdad…

Entonces ahí hay que saber discernir qué es lo que nosotros sí podemos elegir, que son algunas cositas en la vida, y lo que no podemos elegir o lo que no nos tiene que condicionar, porque sólo tenemos una vida y puede ser muy doloroso vivirla en función de lo que quieren otros y no de lo que queremos nosotros.

La protagonista dice en un momento “decido hacerlo distinto, que los recuerdos sirvan para algo, me niego a repetir el esquema, a repetirme a mí misma”. Sin embargo, ¿crees que, al final, una siempre es un poco la que ha sido? 

Es el gran misterio de la identidad, ¿no? ¿Por qué somos quiénes somos? Yo no tengo ni idea, pero he cambiado muchísimo si me comparo con la que era con 15 años, y sin embargo sigo siendo yo. ¿Qué es lo que queda ahí para seguir siendo la misma?

No lo sé, es un grandísimo misterio. Pues parte de carácter, parte de la personalidad, pero efectivamente el carácter también se moldea, la personalidad se moldea, no lo sé, es muy raro. Pero yo pienso en mí misma con siete años y hay una parte de mí que es igual, hay una parte de mi relación conmigo misma o de mi estado de conciencia que es igual. Y, por otro lado, pienso en mí hace dos años y ahora y creo que he cambiado una barbaridad.

Eso es lo misterioso y por eso creo que la identidad suscita tantas preguntas, y es tantas veces un tema literario, porque es muy rara.

¿Qué te ha que te ha traído la publicación de estos dos libros?

Me han hecho escritora, estos dos libros. Y les estoy eternamente agradecida. Me han dado la profesión, la identidad y el lugar en el mundo que yo quería tener.

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